Cada pisada que damos sobre los sanpietrini de Roma, los famosos adoquines, caminamos sobre dos mundos. Así, con la sola impresión de nuestros zapatos. El mundo visible plagado de coches, motocicletas, turistas, sacerdotes, vendedores…
Y el oculto, la Roma de las catacumbas, las criptas, las termas, los teatros, templos… Restos que nos hablan del periodo de mayor esplendor del Imperio Romano. Estos tesoros milenarios comparten espacio con lo más efímero de nuestra existencia.
Son dos planos de una misma realidad, de ahí que visitar Roma resulte tan excitante. Y eso mismo sucede con Plaza Navona, donde confluyen dos plazas en una.
Plaza Navona es una de las joyas del arte barroco de la humanidad. Con una guía en la mano o sin ella, es difícil no sucumbir ante la belleza de sus monumentos. La plaza está coronada al centro por la Fuente de los Cuatro Ríos de Bernini.
El escultor, arquitecto y pintor napolitano representó en ella los ríos más famosos de la época: El Nilo, el Ganges, el Danubio y el Río de la Plata. La fuente es de 1651 y sobre ella se colocó el obelisco que el emperador Domiziano mandó construir y traer desde Egipto durante su mandato, siglo I D.C. No olvidemos este nombre.
Frente a la fuente está la Iglesia de Santa Inés. Iglesia que el Papa Inocencio X encargó a Borromini en el 1652. No soy muy fan de las fechas pero las necesito para contar esta anécdota.
Borromini y Bernini fueron coetáneos y son muchas las historias que corren sobre su rivalidad. Hoy aquí derribaremos un mito. Una de las figuras de la fuente levanta una mano y se tapa el rostro para evitar ver algo que le daña la vista, algo que le causa horror.
Eso, al menos, es lo que nos transmite la escultura del maestro Bernini. No es extraño escuchar algunos guías turísticos, incluso leer en muchos libros de viajes, que con esta escultura Bernini quiso ofender a Borromini: le estaba diciendo al artista italo-suizo que su iglesia era tan fea que ni las figuras de piedra soportaban su visión. Y lo decía con el lenguaje que mejor controlaba, la escultura.
Esta teoría estaría muy bien si no fuese porque no puede ser cierta. Fijémonos en el detalle de las fechas: la fuente fue terminada en el 1651 y la iglesia empezó a construirse un año después. A no ser que Bernini fuese un vengativo visionario es imposible que esculpiese la estatua con tal finalidad. Eso sí, amigos lo que se dice amigos tampoco eran. Leyenda número 1, pues, desmontada. No será la única en este post.
La parte barroca de Plaza Navona que pisamos hoy es la que corresponde a esa realidad efímera de nuestro paso por Roma. Si nos fijamos en su forma observaremos que es alargada y que uno de sus dos extremos es curvo. Antes de acoger las joyas de la arquitectura barroca, aquí tenían lugar carreras de cuadrigas, competiciones atléticas y peleas descarnadas entre gladiadores.
Porque la Plaza Navona se construyó sobre el Estadio de Domiziano. Y te adelanto una cosa, a Domiziano le fascinaba el espectáculo, el más cruel y sádico de los espectáculos.
Si salimos de plaza Navona por su extremo curvo y bordeando la calle observaremos que en los bajos de un edificio se abre un agujero. Ahí, a siete metros de profundidad están los restos del Estadio Domiziano. Siete metros separan la actualidad de la historia. Siete metros es la altura que tendremos que descender para adentrarnos en las tripas de la plaza y del conocimiento arqueológico. ¿Te apetece el viaje?
Excavaciones que interpretan el pasado
Los restos se descubrieron a principios del siglo pasado por casualidad, como tantas otras veces ha sucedido en Roma. La ampliación de una céntrica calle dejó en evidencia lo que todos sospechaban que había bajo la barroca plaza. Ahora estas ruinas se han convertido en uno de los monumentos más representativos de la época Imperial. Una paseo por ellas nos desvela la apasionante trayectoria del estadio y de su mentor.
Domiziano fue el último emperador de la dinastía Flavia. Durante su mandato hubo muchos altibajos y Domiziano, un emperador tiránico y bastante paranoico que siempre andaba pensando en confabulaciones contra él para arrebatarle el poder, marcó mucha distancia con los senadores.
No quiso someterse a ningún control por su parte, no admitió ningún tipo de división de poderes y les quitó algunos privilegios. En cambio se autoproclamó Dominus et Deus, Señor y Dios. Un titulito de nada. Pero la jugada le salió cara y al final los senadores urdieron un complot para asesinarle.
Y esto no es lo peor. Promulgaron el damnatio memoriae, que no es otra cosa que borrar el nombre de Domiziano de todos los monumentos construidos bajo su mandato. Y conociendo el ego de los emperadores, y el suyo propio, esto le haría revolverse allá adonde fuese a parar después de muerto, bueno de asesinado. Pensar, por ejemplo, que cada uno que llegaba al cargo se hacía su foro, su teatro, sus termas…, eso sí, dejándolo escrito y bien escrito en diferentes inscripciones para que no hubiese ninguna duda de su legado.
Domiziano quería el favor de la plebe, por eso…
Para sufragar sus magnas obras (muchas de ellas no se han podido relacionar por lo de la damnatio memoriae) tuvo que subir muy mucho los impuestos. Previendo el descontento de ‘su’ pueblo pensó que tenía que hacer algo para ganárselo. Y así fue como llegó a la conclusión de que la mejor manera de tenerlo contento y de su lado era dándole fiestas y juegos con los que entretenerse. Todo un estratega a la altura de nuestros días. Y sí, vaya si los entretuvo. Además de subir un piso más el Coliseo y de construir todos los pasadizos subterráneos para darle una mayor espectacularidad a los juegos, Domiziano levantó un teatro y un estadio de tipo griego en Campo Marzio, en la actual plaza Navona.
Se piensa que en las gradas del Estadio Domiziano podían caber hasta 30.000 espectadores. Aquí se celebraban carreras de caballos y luchas de gladiadores. Pero el objetivo del estadio fue albergar el Certamen de los Jóvenes Capitolilnos. Competición deportiva que tenía lugar cada cinco años y para la que se entrenaban concienzudamente jóvenes gimnastas en carreras, lanzamiento de peso y salto.
Excavaciones Estadio
Pero sin duda lo que más atraía al público eran las competiciones de lucha, boxeo y pancrazio, que era algo así como un vale tudo en modo romano imperial y en el que estaba todo permitido menos morder o arañar. Al contrario que los gladiadores, los atletas estaban muy bien considerados y los vencedores conseguían la ciudadanía, exenciones fiscales o se libraban del servicio militar. Eso y mucha fama. Los años que había competición la fiesta comenzaba con música y poesía en el teatro y luego todo el público, tan contento, se desplazaba hasta el estadio a disfrutar de las carreras y la lucha, si era con muertos y mucha sangre, mejor. Y entre los espectadores, ataviado con su túnica púrura, estaba el emperador disfrutando como uno más y perdonando o condenando vidas. Que por algo era Señor y Dios.
Plaza Navona
De la gloria al ocaso
Ya para el año 400 el declive del estadio fue tal que se convirtió en almacén y establo. Y así hasta el Renacimiento, cuando el Papa Sixto IV ordenó hacer sobre él un mercado. El movimiento comercial de la zona propició que empezaran a levantarse edificios y junto a los edificios iglesias respetando la forma campo. Y así fue como se urbanizó esta fantástica plaza que alberga en su subsuelo historias de cuadrigas, luchadores, sacrificios y muertes.
En esto también nos había engañado…
Y poco a poco, desentrañando el pasado de este fabuloso rincón de Roma, llego a la segunda y última desmitificación. Muchas veces he oído explicar a los guías sobre el hecho de que en la época Imperial a veces inundaban el hueco de plaza Navona para recrear batallas navales. Ninguna excavación arqueológica confirma este punto. Además los antiguos romanos eran muy escrupulosos con el tema de la salubridad y mantener una zona inundada tanto tiempo no encaja mucho con su estilo.
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Puede que alguna crecida del río Tíber, muy cerca de aquí, provocase una inundación de la zona o puede que la leyenda haya tomado cuerpo a raíz de la costumbre que había, esta vez sí documentada, de cerrar los desagües de las fuentes e inundar la plaza en verano para que la gente se refrescase. Pero en este caso hablamos de catorce siglos después, con las fuentes en funcionamiento. Por lo tanto, segunda y última leyenda de este post tocada y hundida.
¿Conocías alguna de estas leyendas? ¿Sabes de alguna otra y te gustaría que investigase?
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